Una obra de arte. La nueva película del director (y guionista) israelí Ari Folman es un ejemplo de que el cine independiente sigue siendo un puño en la cara a los invasores blockbusters. Adaptado libremente del libro The Futurological Congress de Stanislaw Lern (si si, el mismo autor de Solaris), nos cuenta una historia con una poesía visual seductora, una música que enamora el oído y una actuación espectacular de Robin Wright (Forrest Gump, House of Cards). La mezcla entre una película convencional y el cine animado nos lleva a reflexionar sobre el Ser Humano en una sociedad materialista y dependiente de la tecnología para alcanzar la felicidad.
Seguimos a Robin Wright (ella misma), una actriz de 44 años cuya carrera no ha sido tan exitosa como lo prometía en su debut cinematográfico. El recuerdo nostálgico de un éxito pasado está excelentemente personificado por Al (el genial Harvey Keitel), su representante, que le insiste que retome su carrera de actriz. En conflicto por su rol de madre ante un hijo (Kodi Smit-McPhee) afectado por una enfermedad degenerativa y su deseo de volver al cine, se reúne con el presidente de Miramount Pictures (Danny Huston). Este último le propone un contrato particular. Tendría que dejar de lado la actuación y aceptar que sea escaneada para que su holograma pueda ser usado eternamente por el estudio. La decisión que tomará Robin tendrá grandes consecuencias tanto para ella como para su familia.
La película expone una fuerte crítica a la sociedad en la que vivimos. La cultura de posesión es la ley suprema en la economía, suponiendo que todo es convertible en un producto para la venta. Ari Folman nos ilustra un mundo donde todo puede ser vendido gracias al progreso tecnológico : el cuerpo, la tristeza, el amor. El Ser Humano puede cumplir sus sueños más profundos pero con altos costos para la humanidad entera.
Pocas veces se logran ver películas con tanta atención al detalle. Ari Folman ya nos había mostrado esa credencial de perfeccionista con la excelente película Waltz with Bashir (2008) donde predominaba lo animado por encima de lo convencional. Aquí acepta el desafío de que haya un peso igual para cada parte. Técnicamente y artísticamente, es una película impecable. Basta tener la fuerza de mirar una película en la que se sepa que va a recibir una puñalada en el corazón. Miramos la crónica de una sociedad no tan ajena a la nuestra. Es la celebración de un mundo en venta.